Tanto callaba
que todo el tímpano
me reventaba.
Conrado Santamaría. Tanteos.
Imagen: Hengki Koentjoro
"Quien duerme, quien duerme, quien duerme, despierte." Lope de Vega
Tanto callaba
que todo el tímpano
me reventaba.
Conrado Santamaría. Tanteos.
Imagen: Hengki Koentjoro
Llega
y hace víctima
de quien acostumbre el descampado
riesgo de los afectos
o teclea el duro techo de las conciencias
friega muros, anega
insospechados rincones
enloda lo posible
hasta negar una última mirada
por más que rieguen los ojos
un pozo en la garganta
empapa la voz
hace pesado el corazón
encoge
lo deshace.
Tibisay Vargas Rojas. Tercera persona. Asociación Civil Editorial Guárico, 2008.
Imagen: Henri Prestes
Los cerdos son propensos al infarto.
Les dan tranquilizantes,
así llegan en buen estado al matadero.
Elena Castillo. En Hablamos de ti, capitalismo. 25 años de Voces del Extremo. VV. AA. Coord.: Antonio Orihuela. La Vorágine, 2023.
Imagen: René Magritte. Le bonne fortune, 1945.
Nos han enseñado cómo no hay
que hacer la Revolución
Kropotkin.
Los falsos intelectuales de izquierda no se bañaron esta mañana
y sudorosos y sedientos, indefensos y hediondos,
insistieron en repartir sus octavillas
a los intelectuales de derecha y algunos otros estudiantes
que buscaban sus nombres entre la lista de aplazados.
Los falsos intelectuales de izquierda pasaron los memoriales,
en donde no firmar era de mal gusto,
y proclamaron nuestro puesto ante la revolución,
mientras los obreros en las cantinas y en sus casas
bebían ron con coca cola y comentaban los diarios.
Los falsos intelectuales de izquierda, esta mañana
luego de comer sus corn-flakes
se montaron en los carros de papá
y junto con algunos otros amigos
empezaron a repartir hojitas en las calles
donde un lenguaje que sólo ellos entendían
llamaba al pueblo a sublevarse,
porque es muy fácil estar full-time en rebelión
cuando se tiene el estómago lleno
y las caries y el hambre son de los otros, lejanos y cercanos,
pero siempre prendidos como el aire.
Los falsos intelectuales de izquierda, esos muchachos de pullover,
vendidos del alcoholismo y la putería o más bien,
los hijos del señor Ministro y la señora Embajadora,
que encontraron en la Revolución un justificante para su tedio
y la retrasan en sus relojes para darse tiempo
de aparecer en las crónicas
o en las reseñas históricas que han de hacerse en el futuro.
Los falsos intelectuales de izquierda, esos que hacen la revolución
en sus tazas de café, mientras los días transcurren y se mueren,
sin pedirle a nadie permiso,
o simplemente amarillos como los pergaminos
languidecen en sodas y bares o restaurantes
haciendo la revolución ante un chop-suey,
soñando ser los fideles castro o los chees guevara de bolsillo.
Los falsos intelectuales de izquierda, ligeros como un ascensor,
haciendo versos para agradar al Partio
o angustiándose de pronto porque la noche apenas llega
y en el día no hicieron nada por la revolución.
Estos hermosos muchachos con sus amiguitas al lado,
pálidas sombras de posibles mujeres,
Luisas Micheles sin barricadas, de ojos pintados y pestañas amarillas,
mudas y pálidas como vestales,
y que nadie ha sabido si son inteligentes o idiotas
porque nunca abren la boca.
Los eternos muchachos, los que después de los treinta aún siguen
siendo los mismos que cuando tenían veinte
y para los cuales las arrugas son sólo el pretextos para aducir
sufrimientos conflictivos o conflictos interiores.
Los falsos intelectuales de izquierda
lívidos y sucios deambulando por los bulevares o las rotondas
y fumando marihuana o viendo festivales de cine protesta
o deambulando en la noche por el Jardín Rosemary.
Los precoces aspirantes a diputados o munícipes,
hablando ante parlamentos juveniles
sobre la necesidad de la rebelión
y de la muerte heroica
y que por la tarde asisten a la boda de fulanita
y menganita y entre cocteles
y aceitunas
y escotes
tratan de extender la subversión
por entre todas las mesas dispuestas.
Los hacedores de la revolución de paquete,
la que nace de todas las tardes y se muere de tedio
y puede leerse entre octavillas o diarios o revistas
y está en sus cuartos un retrato del Che junto a otro de Raquel Welch
y confunden la revolución con el manoseo o el Kama Sutra
y pierden los años y los días en lamentos,
como en una película de Sarita Montiel,
salidos de un cafetín en las mañanas cuando los obreros van a sus trabajos
y perdidos por las calles de la mano de una pequeña amiga,
pálidos y nostálgicos como un poema del primer Neruda.
Alfonso Chase. En Poesía rebelde en Latinoamérica. Saúl Ibargoyen y Jorge Boccanera. Editores Mexicanos Unidos, 1978.
Imagen: Hughie Lee-Smith. Man with White Flag, 1987.
Amar a cada uno por su nombre
en un idioma impar, íntimo código
en el que cada sílaba sea un mimo.
Amar a cada cual por la manera
intrépida o celosa de apretar
el paso en la borrasca y por el cúmulo
de discapacidades que lo azoran.
Amar a cada prójimo en su fe
por la ráfaga débil que lo surca,
por sus contradicciones, sus bostezos
y el temblor de sus piernas entumidas.
Amar a contrapelo, amar a ciegas,
celebrar que tendemos hacia el otro
el pulso, sin que nadie nos lo mande.
Juan Antonio Bermúdez. En Hablamos de ti, capitalismo. 25 años de Voces del Extremo. VV. AA. Coord.: Antonio Orihuela. La Vorágine, 2023.
Imagen: Diane Arbus. Boy Stepping Off The Curb, 1956.